Poemas

domingo, 11 de noviembre de 2012

La noche de los feos


Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.

"¿Qué está pensando?", pregunté.

Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.

"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"

"Sí", dijo, todavía mirándome.

"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."

"Sí."

Por primera vez no pudo sostener mi mirada.

"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."

"¿Algo cómo qué?"

"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."

Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.

"Prométame no tomarme como un chiflado."

"Prometo."

"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"

"No."

"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"

Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."

Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

"Vamos", dijo.


2

No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.

Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.

En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.

Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.

El Otro Yo


Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando. Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas.

Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

Biografia

Mario Benedetti

Mario Benedetti nació el 14 de septiembre de 1920 en Paso de Toros, en Tacuarembó, Uruguay, fruto del matrimonio entre Brenno Benedetti y Matilde Farugia. La economía familiar se vio seriamente afectada por un engaño que sufrió el padre de Mario y así con tan sólo 4 años, la familia se trasladó a Montevideo (no en vano en Montevideo vive más de la mitad de la población de Uruguay, el mayor porcentaje de población que vive en una capital de toda Sudamérica). Este engaño condujo a tiempos difíciles para la familia Benedetti que tuvo que vender multitud de objetos de valor para seguir adelante y que obligó a Brenno a la clandestinidad económica para evitar a los acreedores y en busca del soñado empleo público, un auténtico sueño en el Uruguay de la época en el que el sueldo de un funcionario era inembargable y echarlo era casi una cuestión de Estado. Mario estudió en un colegio alemán, en parte por la admiración que el padre tenía por ese país. De esta experiencia, además de aprender el idioma, aprendió el gusto por el trabajo bien hecho y por la puntualidad. Pero en 1933 el padre le obligó a salir del colegio, ya que en éste obligaban a utilizar el saludo nazi, otro año en un Liceo y termina su educación.A partir de 1935 empieza a trabajar en Will L.Smith en el que hará prácticamente de todo: contabilidad, cajero, taquígrafo, vendedor hasta que en 1939 y acompañando como secretario al líder de la secta Raumsólica (de la que formaron parte también su familia y la familia de Luz, la que después sería su esposa) se fue a BsAs en donde por un sueldo muy escaso y en unas condiciones bastante pobres hizo también un poco de todo. De todas formas esta época fue importante en tanto en cuanto fue en la plaza San Martín donde solía a ir a leer (es un lector compulsivo, aunque en esos tiempos se tuviese que conformar con leer compulsivamente libros de ediciones de bolsillo baratísimas, probablemente compradas en Corrientes) y donde leyendo al poeta Baldomero Fernández Moreno supo a ciencia cierta que él podía ser poeta, que las poesías que leía estaba hecho con lo mismo de lo que estaban hechas sus penas y sus alegrías. Además por esa época Mario escribía poemas de amor a Luz (que ella nunca contestó). De todas formas, desengañado con la farsa que resultó la secta volvió a Montevideo, ésa sería una época muy importante para él por dos cuestiones. Primero porque consiguió el soñado puesto de funcionario en la contaduría general de la Nación, donde iría ascendiendo poco a poco y que compaginaría con otros "laburos" para completar su sueldo. Por otro lado cayó enfermo de tifus, de hecho fue el primer funcionario en caer enfermo de este modo ("tuve este honor"), así estaría 2 meses de fiebres y diarreas en los cuales perdió 14 kilos que representaban por aquel entonces 1/4 del total de su peso. Luz fue a visitarle durante su enfermedad y tuvo un proceder no tradicional y hasta diría prohibido y antihigiénico que a él le pareció conmovedor y le robó el corazón para siempre: lo besó en sus labios contagiosos y cuarteados ("hasta el momento yo no había creído que fuese tan tierna, inconsciente y osada").



Así que el 23 de marzo de 1946 Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farrugia ("Yo me llamo Brenno, también mi padre y mi abuelo tenían ese nombre, tengo tíos que se llaman Brenno, en fin, este nombre parece ser nuestro distintivo, como la marca de fábrica") se casa con Luz López Alegre ("Es que casarse con alguien que lleva la luz y la alegría en su nombre parece una buena inversión") a la que había conocido desde que eran niños ("Tardé 6 años en decírselo y ella un minuto y medio en aceptarlo").

En el 47 viajan con sus suegros a Europa (el padre de Luz se morirá de alegría al llegar a Galicia) que será el preludio del viaje que hará en 1957, mucho más largo. Por aquel entonces escribe "La víspera indeleble", de la que no venderá ni un sólo ejemplar, aunque los ánimos que le darán algunas personas, como Juan Cunha, un poeta que trabajaba en el diario Marcha (Le dijo: "Es un mal libro de un buen poeta") le empujará a escribir "Sólo mientras tanto" del que esta vez venderá 9 ejemplares, un porcentaje infinitamente mayor que el anterior libro, lamentablemente las proporciones no podían seguir este ritmo.


Fué en 1949 cuando escribió su primer libro de cuentos "Esta mañana", ya se empiezan a dibujar los personajes por excelencia Benedittianos, varones y mujeres poco interesantes que se meten en amores o desamores tampoco demasiado interesantes. Pero no será hasta 1950 cuando a través de la lectura del escritor Italo Svevo defina su estilo definitivamente. Svevo será a la prosa como Fernández Moreno a la poesía, salvo que esta vez lo que hará será más bien confirmar el rumbo ("sus personajes son, en general, seres mediocres, más o menos custodiados (no agobiados) por su conciencia. El narrador sólo quiere brindar una visión directa de esa mediocridad y usa para ello las formas manidas del lenguaje coloquial").

En 1953 escribe "Quién de nosotros" su primera novela (exceptuando la que escribió a los once años) y que tendrá que esperar al tirón de "La Tregua" para ser leída con atención, de momento pasará de puntillas por la crítica. En esta época ya colabora activamente en "Marcha", pero no puede descuidar su empleo como funcionario.

La relevancia como poeta la encontrará definitivamente con sus "Poemas de la oficina" que tendrá un rotundo éxito, no en vano "Uruguay es la única oficina que ha conseguido el estado de República".

Pero uno de sus años más importantes fue sin duda alguna 1959 que marcó, yo diría de manera casi definitiva su trayectoria política. En este año viaja a E.E.U.U., a pesar de las reticencias por darle el visado de las autoridades americanas, ya que en un periódico de izquierdas salieron publicados unos poemas suyos. Además tuvo que firmar entre otras cosas que no iba a matar al presidente de los E.E.U.U., aunque como recordó Mario a la hora de firmar, todos los presidentes norteamericanos fueron matados por norteamericanos. Se podría decir que Estados Unidos se le atragantó por múltiples motivos (entre ellos el racismo, la desigualdad,...) y nunca más le volvieron a conceder el visado.

Otro acontecimiento clave que sucedió en 1959 fue la Revolución Cubana que "fue un sacudón que nos cambió todos los esquemas y que transformó en verosímil lo que hasta entonces había sido fantástico. Hizo qu los intelectuales buscaran y encontraran, dentro de su propia área vital, motivaciones, temas y hasta razones para la militancia". A raíz de todo esto escribe su primer texto comprometido, "El país de la cola de paja". También escribe "Montevideanos", un libro de cuentos que tuvo mucho éxito y en 1960 obtiene su consagración definitiva con "La Tregua", sin duda su novela más alabada.


Empezará a aumentar su participación política y vivirá unos tiempos frenéticos en cuanto su actividad en todos los frentes: periodismo, literatura, política. Liderará el Movimiento de los independientes del 26 de Marzo que luego integrará el Frente Amplio (alternativa a los dos clásicos partidos: el blanco y el colorado). El golpe de estado le exiliará por multitud de paises: Argentina, Cuba, España, ...aunque seguirá escribiendo desde fuera. No fueron buenos tiempos éstos y entre los múltiples lugares destaca Cuba a la que llegó de la mano de Haydeé Santamaría y donde realizó trabajos agrícolas, además de su colaboración en la Casa de las Américas, con gente tan ilustre como Cortázar, García Márquez, Galeano,... con los que intercambiará proyectos, novedades, utopías,...esa quizás sea la parte agradable de su estancia en Cuba, pero la distancia con su pais, donde Luz cuida a dos madres y eso le hace sentirse profundamente solo y al final decide irse a Mallorca con Luz.

Allí estaba cuando se le muere Haydeé y allí es donde su maltrecha economía empieza a recuperarse gracias, entre otras cosas, a sus colaboraciones para El Pais.

Después de 10 años de exilio (vuelve en marzo del 83) inicia su "desexilio).

Ahora vive a caballo entre Uruguay y España, donde le requerimos constantemente.